Ojalá la vida fuese como una película de Pixar
Me gustaría que la vida fuera como una película de Pixar.
Me gustaría volver a tener 5 años y estar esperando con papá y mamá a que el señor de la tienda de juguetes nos entregara aquel muñeco vaqueroprecioso con un cordel en la espalda que, al estirarlo, pronunciaría palabras como “hay una serpiente en mi bota”.
Me gustaría que Woody fuera real, una persona de carne y hueso, abrazable, de nariz puntiaguda y sombrero ancho, para poder casarme con él.
Me gustaría regresar a las tardes de domingo en las que la siesta se confundía por el segundo o tercer visionado del VHS de Toy Story.
Me gustaría cantar con mi madre “Hay un amigo en mí”.
Me gustaría encontrar el peluche de Perdigón que unos amigos de mis padres me regalaron después de que Toy Story 2apareciera en los cines, pues en aquel momento era más fácil encontrar juguetes que cuando sólo había una película. Ahora todo el mundo tenía en su casa un Woody y un Buzz, pero yo seguía jugando con el que ya era un viejo y deshilachado cowboy.
Me gustaría saber también dónde perdí su sombrero.
Me gustaría regresar a aquel momento en el que mi prima Paola tenía apenas dos años, y miraba fijamente la pantalla de su televisor mientras repetía y repetíamos de memoria las frases de Mike Wazowski.
Me gustaría que en el armario de mi casa viviera alguien parecido a Sulley.
Me gustaría que, como en Monstruos S.A., la maquinaria del mundo no funcionara con lágrimas sino con risas.
Me gustaría tener un pez que habla.
Me gustaría ser una superheroína.
Me gustaría ser amiga de un ratón.
Me gustaría que en el futuro los robots pudieran enamorarse.
Y también me gustaría que, cuando estoy triste, un puñado de globos hicieran saltar por los aires mi casa, y me llevaran a algún lugar perdido del mundo, en el que poder recordar a los seres que no están, o los días que pasaron de mi infancia, o las canciones de las películas de Pixar que yo veía con mi madre, y que ahora, en secreto, a veces canto.
La máquina que activa los recuerdos
Supongo que sí, que Pixar es eso: una máquina que activa nuestros recuerdos y que cuando somos niños nos hace más niños, cuando somos adolescentes nos hace soñadores, y cuando somos adultos nos dispara al corazón y nos empaña la vista.
No hay una estadística que lo asegure, pero podría decirse que películas comoToy Story, Up, Buscando a Nemo, Monstruos S.A. o la más reciente de todas ellas, Inside Out (Del revés en la terrible traducción española), están hechas para que el público infantil ría y para que el público adulto llore.
Dicen el director y el productor de Inside Out que ellos no hacen películas pensando sólo en los niños
Sólo hay que ir a un cine, colarse en la primera sesión de una de ellas y mirarlos rostros de los espectadores para asumir que este cálculo está en lo cierto.
De hecho, hace una semana, pude verlo con mis propios ojos.
En el pase de prensa de Inside Out en Barcelona, los periodistas y críticos de cine fueron invitados a asistir con sus hijos a la sala.
El ambiente allí era muy especial, y también sintomático de aquello que define el espíritu de Pixar: los niños reían a carcajadas con cualquier caída, cualquier chiste facilón, cualquier salida de tono de los protagonistas.
En realidad, es una peli sobre el dolor de existir
Los adultos hacían lo propio con las bromas más complicadas, con las ironías vitales que el film planteaba e incluso se limpiaban las lágrimas con algunas de las escenas referidas a la familia o al dolor del mundo adulto.
Y es que Inside Out, aunque por su sinopsis no lo parezca, es una películasobre el dolor de existir, sobre el dolor de crecer y sobre el dolor de vivir.
La historia es muy sencilla: un bebé nace y en seguida conocemos a su familia y al fantástico y complejo mundo de seres que habitan su mente.
Ahí están personajes como alegría, una chica amarilla y entusiasta; tristeza,azul y deprimida; asco, evidentemente verde; ira, rojo como la furia; y por último miedo, desgarbado, de un color lila grisáceo, un poco soso.
Todos juntos habitan la cabeza de Riley, le ayudan a ser feliz o temerosa cuando hace falta, o escrupulosa si llega el momento de serlo.
Juntos, también, manejan sus recuerdos desde una nave central en la que día a día velan por la niña, deseando que sea una buena persona, queriéndola con todo su corazón.
Pero eso no es todo, más allá de su oficina de mandos hay todo un universo que ellos no descubrirán hasta que una Riley de ya 12 años y su familia se mudan a otra ciudad, y entonces la preadolescencia ataca con problemas a los que nunca se habían enfrentado.
Nuestra mente es un parque de atracciones de sueños, recuerdos, miedos y silencios
Alegría y Tristeza emprenden un viaje a lugares de la mente de Riley que no conocían, y tratan de salvar su personalidad, por mucho que les cueste.
En ese viaje conocen el mundo de los sueños, el subconsciente, el procesador de ideas, las estanterías interminables de recuerdos, e incluso se topan con un amigo invisible, o con el temidísimo precipicio de las cosas que para siempre caerán en el olvido.
Conforme avanza, Inside Out se vuelve cada vez más compleja, y lo que parecía una ingeniosa película infantil se termina convirtiendo en una suerte de ensayo sobre la personalidad, la familia o el paso del tiempo.
Una película sin villanos
No hay ninguna moraleja cursi, no hay ninguna escena acaramelada, e incluso —sorprendentemente— tampoco hay un villano.
Aquí el único malo de la peli es uno mismo, el único bueno de la peli es uno mismo, y la enseñanza que al final extrae el espectador es que es imposible ser feliz o infeliz, alegre o triste, virtuoso o desastroso, sin que dentro de nosotros haya armonía.
Pixar ha conseguido un gran logro: hacer una película sin antagonistas, donde cada una de las piezas tiene un sentido y es esencial para que la vida sea posible.
Por eso, aunque tenga cariño a las películas con las que crecí o a otras obras maestras ideadas en esta compañía, es posible que Inside Out sea un antes yun después en su trayectoria. Risa, sí, lágrimas, también, belleza, como de costumbre, y lo que es más importante: un montón de preguntas.
Me gustaría que la vida fuera como una película de Pixar.
Pero hoy, justo cuando Toy Story cumple 20 años, me atrevo a decir que mi deseo no tiene ningún sentido, porque en realidad es Pixar quien crea películas como la vida misma.
He tenido la suerte de pasar buena parte de la mía aprendiendo y sonriendo con sus creaciones y sé que, como a Riley, aún me queda mucho por cantar.
Pero es que ya lo decían en un verso de "Hay un amigo en mí":
El tiempo pasará, lo nuestro no morirá
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